1. Disonancia cognitiva institucional
“En psicología, el término disonancia cognitiva hace referencia a la tensión o desarmonía interna del sistema de ideas, creencias y emociones que percibe una persona que tiene al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto, o por un comportamiento que entra en conflicto con sus creencias.
[…] La teoría de Festinger plantea que, al producirse esa incongruencia o disonancia de manera muy apreciable, la persona se ve automáticamente motivada para esforzarse en generar ideas y creencias nuevas para reducir la tensión hasta conseguir que el conjunto de sus ideas y actitudes encajen entre sí, constituyendo una cierta coherencia interna.
La manera en que se produce la reducción de la disonancia puede tomar distintos caminos o formas. Una muy notable es un cambio de actitud o de ideas ante la realidad.”
2. Ecos de Lecturas dominicales
[Una introducción a una conferencia en la Cátedra Marta Traba, Universidad Nacional, diciembre, 2008]
En diciembre de 2008 en el apéndice Lecturas Dominicales que circuló con el periódico El Tiempo, en la sección de correspondencia de la Lecturas Dominicales se publicó la carta de un lector titulada “Marta Traba”, dice lo siguiente:
“En su referencia a la crítica argentina Marta Traba, quizá se entra en cuestión por el hecho de que esta dama entró al país con ínfulas de superioridad foránea, para “enseñarnos” a los colombianos qué es arte; pues, según ella, debían prevalecer las extravagancias abstractas y los absurdos típicos que muchos aficionados al arte solamente podían expresar en cuadros absurdos y truculencias de todo tipo; hasta llegarse al colmo de presentarse ante el publico de tipo cursi, una hoja de periódico como arte “contemporáneo”; cosa que inspiró a La Tertulia, a exigir truculencias marcianas para poder exponer allí y bajo el juicio dudoso de Marta Traba. Podría decirse que esta dama extranjera solamente contaminó el ambiente artístico, pues a partir de ella podrían exponerse, y bajo su aval, cualquier adefesio o truculencia. Pero la realidad es que en Colombia abundaron verdaderos maestros como Efraín Martínez, cuyas preciosas obras engrandecen el foyer del teatro municipal, como genuina riqueza de arte. Y a través del tiempo, una serie de verdaderos maestros colombianos, enriquecieron con sus obras valiosas la producción artística de Colombia, hasta llegar a los tiempo de Carlos Correa a quien el “oscurantismo” quiso anular por su gran obra “La anunciación”. Y es que una cosa es criticar el arte real, y otra el dejarse seducir por influencias importadas que más bien nos contaminan el ambiente cultural y nos hacen “segundones” de otras naciones. Compatriota admirador del Arte Verdadero, y no de burdos abstractos.
La firma “Carlos A. Rojas”, y luego de su nombre está escrito: “Cali, amén”.
Leído a la luz de la ironía el estrecho horizonte de la carta de Rojas se expande: es posible que el autor esté diciendo justo lo contrario de lo que piensa y use un lenguaje anacrónico (“extravagancias abstractas y absurdos típicos”, “truculencias marcianas”), provincial (“dama extranjera” que “contaminó el ambiente artístico”, “ínfulas de superioridad foránea”, “segundones de otras naciones”), y reaccionario (“Compatriota admirador del Arte Verdadero y no de burdos abstractos”) para dar cuenta de una reflexión crítica (aun a pesar de sí). Pero a la vez es posible que la carta sea sincera, entonces la ironía estaría en el editor que la publicó: una decisión editorial que más allá de dar espacio a otras opiniones mostraría como a pesar de los esfuerzos pedagógicos y de difusión de la cultura —incluidos los de Marta Traba— todavía hay voces que se refugian en la familia, la patria y la tradición. Sin embargo, esta lectura sobreestima el carácter del editor y basta recordar el carácter soso, arbitrario y descuidado de la gran mayoría de los artículos que se publican en las Lecturas Dominicales para notar que la ironía puede no estar en el autor de la carta o en el editor sino en el desocupado lector que busca en las páginas de esta publicación algo de interés en relación a arte, música, literatura o vida pública pero que al no encontrar comida para el pensamiento toma las migajas culturales que le ofrecen, las junta e intenta darse un magro banquete a partir de la mediocre publicación.
(Edición de ultratumba: al momento de terminar este texto Roberto Posada García Peña murió, sin embargo, la bandera de las Lecturas Dominicales mantuvo por algunas ediciones su nombre en el cargo de editor. La cultura como asunto muerto, hecho por muertos y para muertos. “Amén”.)
3. Elogio de la locura
«La historia necesita declarar sin sentimiento de culpa lo que realmente es: el estudio del pasado en todo su esplendoroso desorden. Debe deleitarse en lo pasado del pasado, en esa música extraña de su dicción.»
—Clio tiene un problema, Simon Schama
“El verdadero misterio —la verdadera razón para leer, y sin duda escribir— cualquier libro, era para ellos una cosa para desmantelar, destilar y extraer en escombros que podrían tiranizar en lamentables pero permanentes explicaciones; monumentos a sí mismos, en otras palabras. En mi opinión, todos los profesores tendrían que dejar de dar clases a los treinta y dos años y no se les debería permitir volver a ejercer hasta que no tuvieran sesenta y cinco, para que pudieran vivir sus vidas en lugar de enseñarlas; vivir vidas llenas de ambigüedad, provisionalidad, remordimiento y asombro. […] Intentar explicar las cosas es la fuente de nuestros problemas.”
—El periodista deportivo, Richard Ford
4. “Hágase la loca”
La escritura de Marta Traba, su concisión, claridad y capacidad de traducir a palabras lo que ve, un ejercicio de traducción formal que se ha perdido en la escritura sobre arte. Hoy, escribir sobre una obra es entrar de lleno en la formulación de conceptos y abstracciones, se privilegia “qué” dice el artista y no se considera “cómo” lo dice. Marta Traba, además de crítica de arte, era una escritora que visitaba con frecuencia otros géneros de escritura como la novela, la crónica, el ensayo, los apócrifos (ver sus entrevistas imaginarias a críticos de arte) y este contacto con la creación literaria hacía que al escribir sobre artistas pudiera estar de cierta manera a la par de ellos, su análisis privilegiaba la descripción de los aspectos cruciales de la creación sin tratar de resolverlos afanosamente en fórmulas periodísticas, glosas líricas o silogismos teóricos; más que escribir “sobre” arte, se podría decir que Traba escribía “desde” el arte. Para el caso de Bursztyn es importante la precisión con que señala el aspecto “elusivo” y “no alusivo” de sus obras o cómo la artista toma del mundo los pedazos que le interesan, “self-service”, para construir sus esculturas. Traba muestra la cercanía de Bursztyn a la naturaleza irónica del “ready-made”, una actitud que la diferencia notoriamente de otros escultores locales como Negret y Ramírez Villamizar que ligaron, de alguna u otra manera, sus proyectos a los mitos indigenistas y nacionales de la cultura local. En oposición a esta cita, es importante señalar que en otras partes del “Elogio a la locura” Traba no solo “elogia” a Bursztyn, por ejemplo, critica el “Monumento a Gandhi”: “es una escultura fallida en tanto que monumento: podría funcionar bien como mini-escultura, pero aguanta mal la ampliación de la escala, porque el formato no es lo suficientemente sólido para enfrentarse a un paisaje excluyente […] el despotismo de la cordillera lo liquida y la chatarra resulta tan escuálida con lo es Gandhi en el recuerdo, sin que sea factible, desde luego, pensar que se trata de un intento figurativo”. A la par, es autocrítica y, en el subcapítulo titulado con el nombre provocador de “Contra la historia”, señala que los “abordajes a la obra de Feliza Bursztyn han caído en la trampa de su personalidad, y en la tentación de confundirla con su obra” y se incluye en el listado de cazadores cazados. Por último, en otro fragmento, Traba hace algo que es hábito en la escritura sobre arte, encuentra correspondencia entre la obra y el pensamiento de algún filósofo, en este caso, Derrida; pero cuida de simplificar a Bursztyn como ilustradora o artista programática y dice que ella está “auténticamente ausente de las especulaciones lingüísticas y filosóficas que han producido esa y otras rupturas con el pensamiento del siglo XIX”. Traba usa la cita para equiparar la complejidad de la idea hecha forma por un artista y la idea hecha texto por un filosofo, pero en su análisis nunca pierde de vista las chatarras, su función en el espacio, la capacidad de Bursztyn para desligarse de la ilusión óptica y metafísica del centro, un gesto de madurez que según Derrida nos deja en “una especie de no-lugar” donde se juegan “al infinito las sustituciones de los signos”.
5. Sistema de pares
En blanco y negro / Marta Traba en la televisión colombiana, 1954-1958, Nicolás Gómez > https://www.elespectador.com/el-magazin-cultural/un-libro-que-rinde-homenaje-a-la-marta-traba-de-la-tv-article-622540/
6. Un problema de escritura
“Marta Traba se refirió a ese Botero como “expresionista actual”, un artista que “crea humanidades tremendas o incoherentes como las de Francis Bacon o José Luis Cuevas; no solo ataca marginalmente la forma, sino que la fustiga, la desbarata, la ridiculiza y la sobrepasa”. Un hacedor que destaca por su “conducción excepcional del color” en la obra Homenaje a Mantegna de 1958. Dice Traba: “Un color iluminado y lleno de fuego que continuamente se limita a dar paso a otro, va estableciendo un contrapunto de gamas violentas contra el fondo que, fuerte y acerado a partir de la izquierda, desciende a verdaderos desvanecimientos líricos a medida que alcanza el lado derecho. Pero ese color cuya vivacidad y energía parece proclamar una flameante independencia dentro del cuadro, está solidamente esposado a las figuras: su libertad termina en el límite de cada bloque y el bloque, a su vez, permanece ajustado a la firme estructura geométrica de las líneas”.
En ese entonces la obra de Botero escapaba a las definiciones estilísticas. Marta Traba decía: “la concepción del cuadro es profundamente original, tan antibarroca como anticlásica, tan antiexpresionista como antiabstracta. Botero da vida a una forma figurativa que, apasionada unilateralmente por el color, no acepta sacrificarse a él y resiste, solidificada a los impulsos de la pincelada lírica y violenta.”
En ese impulso intuitivo está la única violencia válida en términos de arte. La de Botero era ante todo una violencia pictórica, y su malicia de iconoclasta, ingenuamente perversa, se extendía a obras sutiles pero escandalosas en un país mojigato que firmaba año a año el concordato católico para mantener su alianza con el Vaticano. Basta ver sus “bodegones” de 1958, donde en vez de frutas usaba “obispos muertos”, que Traba veía como “obsesivamente reiterados, en pirámide, durmiendo en el suelo, comiendo manzanas, apoderándose de la totalidad de grandes telas con sus inmensas caras inexpresivas o malignas”. Botero podía entonces pintar un Papa negro, que Marta Traba describía así en 1964: “no es una caricatura de tal o cual personaje vivo. No: es un volumen que a fuerza de crecer, de avasallar, de ocupar compulsivamente el espacio y de eliminar cualquier punto de referencia, es el mismo universo, llega a asumir perfectamente el papel de todo. Cada forma de Botero pretende ser, así, un mundo total. Ni dependen de otras cosas, ni comparten con otras cosas la posibilidad de existir.”
En 1963 “Botero antes de Botero” pintó la Virgen de Fátima, ampliada así por la lupa de Traba: “a través de la gama tonal delicadísima de rosas, blancos y amarillos, y de una pincelada muy fina, resueltamente alienada una al lado de la otra para construir, y no marcar o sugerir la forma como antes, Botero llega al punto más alto de sus incongruencias voluntarias. La incongruencia se apoya sobre la creación de un monstruo por los medios más sutiles y a través de las mayores delicadezas. La delicadeza de la factura es tal, y tan cristalinos los medios empleados, que aun frente a las deformidades más inverosímiles, el espectador se resiste a tildar el resultado de monstruoso…”
7. Elogio de la piratería