Memorias de ciego: lectura en la oscuridad

Memorias de ciego

Del autorretrato y otras ruinas

Jacques Derrida.

Tupac Cruz y Bruno Mazzoldi, por la traducción al español

“Poco antes de su muerte, el filósofo francés Jacques Derrida (1930-2004) fue curador de la exposición “Memorias de ciego: del autorretrato y otras ruinas” en el Museo del Louvre en París. El título original que le había dado a la muestra, “L’ouvre ou ne pas voir”, es esclarecedor sobre las intenciones del proyecto. Por medio de un juego de palabras que incluye el nombre de la institución anfitriona y la palabra obra en combinación con la condición de no ver, Derrida proponía un reto al ejercicio de la mirada sobre la obra de arte. Aunque el nombre finalmente cambió a medida que la propuesta se hizo más concreta, la inquietud inicial se conservó. La exposición era parte de una iniciativa del Louvre llamada Parti Pris (Tomar Partido) para activar sus colecciones desde perspectivas novedosas. En ella se invitaba a intelectuales y creadores por fuera del circuito de la historia del arte a generar reflexiones cercanas a su propio trabajo a partir de la colección de artes gráficas del museo.

La publicación, que lleva el mismo nombre de la exposición y que fue pensada inicialmente como el catálogo que acompañaba la muestra, es en realidad mucho más que eso. En sus páginas, escritas a manera de diálogo con un interlocutor que parece ser él mismo, Derrida desarrolla un argumento en dos partes. Por un lado, lleva al interlocutor a dar una mirada a las reflexiones que lo acompañaron cuando pensaba y organizaba la muestra y, por el otro, genera una especie de ensayo visual con las imágenes que aparecen paralelas al texto. Memorias de ciego retoma la idea de la ruina, la pérdida y el duelo, pero de manera autorreferencial y en ese sentido parece que en ese diálogo que Derrida establece con su interlocutor estuviera escribiendo su propia elegía.

“¿Debería solamente escuchar? ¿u observar? ¿o mirarte en silencio mostrándome los dibujos?”
“He aquí una primer hipótesis: el dibujo es ciego, o si no el dibujante o la dibujante. En tanto que tal y en su momento propio, la operación del diseño tendría algo que ver con el cegamiento. Según esta hipótesis abocular (ceguera (aveugle) viene de ab oculis: no desde o por los ojos, sino sin los ojos) queda esto por escuchar: el ciego puede ser un vidente, tiene en ocasiones vocación de visionario.
“Un dibujante no puede no estar atento al dedo y al ojo, sobretodo a aquello que toca el ojo, a aquello del dedo que lo alcanza para dar finalmente a ver. A veces, Jesús sana los ciegos por un simple toque, como si le bastará dibujar en el espacio el contorno de los párpados para darles la vista.”
“como si ver estuviera prohibido para dibujar, como si no se dibujara más que a condición de no ver, como si el dibujo fuera una declaración de amor destinada o dirigida a la invisibilidad del otro, o al menos que ella no nazca de ver al otro sustraído al ver…”
“Es como una ruina que no viene antes de la obra sino que permanece producida, desde el origen por el advenimiento y la estructura de la obra. En el origen hubo ruina. En el origen llega la ruina, ella es aquello que le llega desde el inicio, al origen. Sin promesas de restauración. Esta dimensión del simulacro ruinoso nunca ha amenazado, por el contrario, el surgimiento de una obra…”
Por otra parte, y en la anamnesis misma, hay amnesia: lo huérfano de memoria, pues lo invisible puede también perder la memoria, como uno pierde a sus padres. Siguiendo una pista diferente que retorna posiblemente a lo mismo, el dibujante estaría entregado a esta otra invisibilidad, entregado a ella como un zapatero se encarniza el mismo y llega a ser una carnada fascinante para la bestia acorralada que lo mira…”
“Veamos ahora el segundo aspecto. No es un aspecto segundo o secundario. Aparece o sobretodo desaparece sin retardo. Yo lo apodaré la retirada o el eclipse, la inapariencia diferencial del trazo. Nosotros venimos de interesarnos por el acto de trazar, por el tratamiento del trazo, ¿qué pensar ahora del trazo una vez trazado? No de su labrado (frayage) y del trayecto inaugural de la traza ¿sino de aquello que resta? Una traza no se ve. No debería verse (no decimos por lo tanto: “se debe no verla”) en la medida en que aquello que le queda de espesor coloreado tiende a extenuarse para marcar el solo borde de un contorno: entre el adentro y el afuera de una figura…”
“Un límite lineal, aquel del que yo hablo, no tiene por lo tanto nada de ideal o de inteligible, Dividiéndose el mismo en su elipsis, a partir del mismo se aleja de él mismo, no se establece en ninguna identidad ideal…”
“Es como una ruina que no viene antes de la obra sino que permanece producida, desde el origen por el advenimiento y la estructura de la obra. En el origen hubo ruina. En el origen llega la ruina, ella es aquello que le llega desde el inicio, al origen. Sin promesas de restauración. Esta dimensión del simulacro ruinoso nunca ha amenazado, por el contrario, el surgimiento de una obra…”
“La ruina no sobreviene como un accidente a un monumento ayer intacto. Desde el comienzo hay ruina. Ruina es aquello que llega aquí a la imagen desde la primera mirada. Ruina es el autorretrato, ese rostro desfigurado como memoria de sí, aquello que permanece o retorna como un espectro desde que a la primer mirada sobre sí una presencia se eclipsa…”